23 fotos impactantes para disfrutar del jabalí, especie reina de nuestra caza mayor
Con la esperanza de que en breve volvamos a vernos las caras con los jabalíes en el monte, aquí tenéis una galería con 23 fotos increíbles.
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Para llegar a ser un gran macho, muchos son los avatares que un jabalí tiene que sortear, siendo muy pocos los que al fin lo consiguen. En el camino quedan los más débiles, los peor dotados o aquéllos a los que la fortuna les ha sido esquiva.
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En noviembre o diciembre, dependiendo de la latitud y altitud del hábitat, el jabalí entra en celo. Las luchas entre machos pueden llegar a ser espectaculares, ocasionándose grandes heridas con sus cortantes navajas.
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Con las babas en la boca, señal de que el macho se encuentra encelado, el vencedor de la contienda obtendrá el premio de cubrir a las hembras de la piara, perpetuando sus genes en generaciones venideras.
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Ajenos aún a estas luchas y separados de tanta demostración de fuerza, los primalones del año comen el maná que, en forma de bellota, les proporciona el monte. Su misión es reservar grasas para aguantar el invierno que se encuentra a las puertas.
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Las nieves del invierno, las bajas temperaturas y la escasez de comida constituyen una dura prueba para los jabalíes, muchos de los cuales no la superan.
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Pero todo llega a su fin y la primavera irrumpe con fuerza en nuestros campos, produciéndose una explosión de vida. Las cochinas paren una numerosa prole y el ciclo de la vida se vuelve a poner en marcha.
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Por delante un duro e incierto futuro, aunque fascinante al fin y a la postre. Muchas serán las correrías en busca de pitanza y compañía. No todos lo conseguirán, pero este joven macho con pocos días tiene un objetivo: ser el señor de la sierra.
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Mientras tanto, este gran macho busca la soledad. La compañía numerosa no es de su agrado, encontrando refugio en lo más espeso e inaccesible de nuestros montes. La vida en este momento resulta fácil, ya que hay comida en abundancia.
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Con la llegada de los calores estivales los jabalíes tiran su duro y espeso pelo de invierno y cambian su pelaje. Están feos y con un aspecto desaliñado, pero eso no les importa con tal de mitigar las altas temperaturas del verano.
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El agua y el barro se convierten en sus mejores aliados tanto para soportar las elevadas temperaturas como para mitigar el suplicio que un ejército de parásitos le inflige a diario.
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La comida empieza a escasear y hay que dedicar muchas horas al día para llenar la panza. No hay piedra que no se registre porque al voltearlas, los jabalíes encuentran escarabajos, alacranes, lagartijas, etc. que configuran una dieta rica en proteínas.
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Ante la escasez de comida en verano, las siembras se convierten en una tentación muy difícil de vencer. En ellas pueden satisfacer sus necesidades en poco tiempo y tanto machos como hembras con su numerosa prole acuden a ellas con asiduidad.
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Pero esto conlleva muchos riesgos, pues ante el daño que infringen a las cosechas, el hombre pone todos los medios a su alcance para disuadirlos.
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El verano toca a su fin, y pronto los pastos amarillentos se teñirán de verde. Estos tiempos auguran malos presagios, ya que la tranquilidad del monte se verá dramáticamente interrumpida.
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Una mañana de otoño, extraños ruidos y una inusual actividad en el monte alertarán a los jabalíes. Algo raro ocurre. Con su fino olfato huelen el aire fresco de la mañana, captando los efluvios de uno de sus grandes enemigos, el perro.
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Los viejos machos saben de inmediato qué es lo que pasa: su peor enemigo está en la sierra. Sin perder tiempo, ponen pies en polvorosa y abandonan su hasta ahora tranquilo encame, intentando escapar de la trampa que les han tendido.
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Una algarabía de ladridos y carreras hace subir la adrenalina a los jabalíes. La suelta de las rehalas se acaba de producir. Ahora toca espabilarse e intentar jugársela a los perros.
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En los altos de la sierra los cazadores ocupan sus posturas. Atentos y en máxima tensión, intentan ver y escuchar ese tarameo del monte que presagia la entrada de un jabalí en su puesto.
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Los jabalíes, siempre listos y astutos, se van moviendo por la mancha. Ponen en práctica todas las tretas que han aprendido a lo largo de sus vidas, pero poco a poco el empuje de los perros hace que vayan rompiendo a las posturas.
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Los perreros han cumplido. Han sido muchos los jabalíes que han levantado, mucho el esfuerzo realizado. Es una labor ingrata y, por lo general, poco reconocida. Sin ellos no habría montería. Es hora de ir recogiendo los perros.
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Algunos monteros han tenido fortuna y han podido cobrar buenos navajeros. No es sencillo, pero de vez en cuando a uno le sonríe la suerte. Otra cosa es ir a un cercón, donde hasta el más inútil será capaz de abatir un buen ejemplar.
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Ahora les toca el turno a los muleros y a sus cada día más escasas mulas. Con rapidez y eficacia suben las reses a lomos de sus caballerías, sacando los jabalíes de sitios con muy difícil acceso.
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Es el momento de las fotos, de los comentarios, de las excusas y de contar con emoción el lance que te ha permitido hacerte con ese jabalí de gran boca. Todos lo admirarán con sana envidia y harán propósito de que algún día ellos serán los afortunados.