¡A cazar conejos y becadas!

Hablar del conejo en nuestras latitudes es hacerlo del rey de la caza menor. No en vano, y a pesar del azote de mixomatosis y neumonía hemorrágico vírica, esta especie sigue deparando muchas jornadas cinegéticas a lo largo y ancho de nuestro solar hispano. No podemos engañarnos y escribir acerca de la buena situación que vive el conejo en España, pues no nos ajustaríamos a la realidad del campo y generaríamos falsas expectativas que no se corresponden luego con los resultados cosechados en las salidas conejeras. En cambio, sí podemos afirmar que mientras en algunas zonas los rabicortos brillan por su ausencia, en otras las poblaciones de conejo son muy abundantes. Pero a pesar de todos estos obstáculos, el conejo es un animal muy prolífico que aún hoy sigue deparando grandes satisfacciones a los cazadores españoles en las diversas modalidades de que es objeto. Por eso, de una de ellas, el gancho, nos vamos a ocupar a continuación.
El gancho conejero
El gancho es una forma tradicional de dar caza al conejo en montes densos o abruptos. La labor de los perros y del perrero -que puede ser uno de los cazadores- en la espesura para desalojar a los conejos resulta fundamental, pues de su buena o mala ejecución dependerá que los rabicortos salgan o no de lo sucio y entren a las posturas ocupadas por los cazadores. Estableciendo un símil con la caza mayor, podríamos decir que el gancho es como una pequeña montería en la que perros y perrero entran en el monte para desencamar a los conejos y conducirlos hacia los distintos puestos que cierran la zona a cazar. El número de perros presentes en esta modalidad oscila normalmente entre los nueve y los dieciocho, aunque podrían ser más. Por su parte, de tres a seis suele ser la cifra de escopetas colocadas en las posturas. Tan importante como la coordinación de canes y perrero batiendo el monte es la correcta ubicación de los puestos. Y es que un gancho conejero no consiste únicamente en situarse en cualquier altillo del terreno y esperar a que los conejos entren gazapeando. Esta modalidad es mucho más que eso, ya que posibilita abatir rabicortos en unos territorios en los que de otra manera no se lograrían los mismos resultados. El gancho está concebido para que varios cazadores cubran las posibles salidas de los conejos de la espesura y disfruten del esfuerzo y astucia de unos perros que son capaces de desalojar conejos en un entorno duro y exigente donde otros fracasarían.
El trabajo del perrero, sabedor de las querencias y de los tiraderos del lugar, resulta indispensable a la hora de establecer las posturas que ocuparán los cazadores, las cuales, generalmente, consistirán en puntos altos con buena visibilidad en los que las escopetas podrán apreciar en todo momento la evolución de perros y conejos. La distancia entre puestos no suele ser grande (aproximadamente treinta metros) para que los rabicortos no se salgan por el hueco dejado entre cazador y cazador. Pero si la separación no es mucha, la seguridad será máxima, no disparando ni apuntando jamás en línea con otras posturas. El buen cazador de conejos en gancho permanecerá quieto en la postura y en completo silencio, respetando de esa forma la ardua labor de los perros, cuyo fin último es conseguir que salga el mayor número de conejos a los cazadores. Colocadas todas las escopetas en los lugares previamente elegidos, canes y perrero entrarán desde lejos al monte e irán levantando progresivamente a los conejos para que éstos den la cara y cumplan en la línea de puestos, deparando gran cantidad de lances. También hay que decir que algunos conejos, dada la inteligencia y experiencia de los perros, serán cazados a diente.
Los grupos de perros o recovas que se emplean para los ganchos al conejo están formados, en su mayoría, por podencos de varias tallas y pelajes. Estas recovas, a veces constituidas por más de veinte perros, se van formando con canes buenos especializados en funciones muy concretas. Así, unos son punteros, otros acosan en las matas, otros son levantadores, otros zarceros, incluso alguno de ellos se encarga de llevar los conejos abatidos al perrero. Lo ideal es no mezclar razas, tanto por homogeneidad en la forma de trabajar de los perros como en uniformidad en la apariencia del conjunto de la recova.
A becadas
Cuando los rigores climatológicos se asientan en el norte de Europa y la falta de alimento empieza a ser palpable, la becada inicia su desplazamiento migratorio hacia hábitats con temperaturas más benignas y provistos de recursos alimenticios donde pasar el otoño y el invierno. En noviembre se produce la principal corriente migratoria hasta nuestros pagos, los cuales abandonarán de marzo a mayo para cumplir su ciclo reproductor. De un tiempo a esta parte, la becada se ha convertido en una de las especies que cada temporada concita mayor interés cinegético entre la legión de aficionados que, con la ayuda del perro de muestra, sale al monte tras la esquiva dama del bosque. Su caza, sobre todo en la franja norte peninsular, que es donde se congregan las mayores densidades becaderas, trasciende los límites puramente venatorios y se convierte en una experiencia vital en la que cazadores y perros tesoneros son capaces de vivir situaciones límite durante las duras y exigentes jornadas a las becadas.
La caza en bosque en otoño e invierno hace necesaria una vestimenta acorde al entorno en el que hemos de desenvolvernos y a los factores meteorológicos que harán presencia las más de las veces en él, es decir, lluvia, nieve, hielo y viento. Los principales parámetros de la ropa a tener en cuenta a la hora de salir en pos de la becada son los siguientes: protección contra la intemperie, ligereza, libertad de movimientos, transpiración y resistencia. La lluvia y el frío constituyen las mayores preocupaciones para el cazador becadero, que además tendrá que realizar largas marchas en terrenos difíciles. Por eso, y conociendo el calentamiento del cuerpo aun en condiciones de frío intenso, el chaleco junto a otra prenda ligera e impermeable son una buena solución, sin olvidarnos de las perneras, fundamentales tanto al principio como al final de la campaña. Debido a las grandes distancias a recorrer en esta modalidad y a que las prendas se van cargando de humedad, no conviene llevar demasiado peso sobre la espalda, ya que a la postre aumenta la fatiga del cazador. De gran relevancia es la fabricación y concepción del tejido (refuerzo en los lugares más expuestos), pues la fuerte y densa vegetación es muy proclive a producir desgarros en el mismo.
Aunque las yuxtapuestas y semiautomáticas proporcionen muy buenos resultados, son las escopetas superpuestas las que se han impuesto en la caza de becadas. Como consecuencia del hábitat de la becada, en su tiro prima más la intuición y la rapidez que la técnica, pues esta especie no nos concederá muchas oportunidades en un entorno tan selectivo.
La colaboración del perro en esta modalidad resulta indispensable. Epagneul bretón, pointer, braco alemán, grifón Korthals y drahthaar son canes perfectamente válidos para la caza de la becada en los bosques y montes, pero si hay uno que destaca por encima de todos, ése es, sin duda, el setter inglés, aunque algunos se decanten por otros setters, como el Gordon. Una de las cualidades que ha de poseer todo buen perro becadero es la muestra firme, ya que ha de mantenerla el tiempo necesario para posibilitar que el cazador se coloque adecuadamente para el disparo. El contacto entre perro y cazador es otro aspecto de gran relevancia cuando nos adentramos en el hábitat de la becada. Otro elemento no menos importante es el cobro de la becada, lo cual no es tarea fácil en un entorno tan abrupto y denso.
(Texto: J. M. G. / Fotos: Alberto Aníbal-Álvarez, albar, Míkel Torné y Shutterstock)