El podenco y su instinto cazador

La conducta del podenco, como en ninguna otra raza, tiene un fundamento hereditario de sólida raíz predadora, de tal modo que, una vez en el campo, todas sus respuestas motrices obedecen a desencadenantes cinegéticos, a una sola idea que prevalece y que es cazar. Sus estructuras morfológicas aparecen como una obra maestra de la ingeniería selectiva al servicio de sus pulsiones, que parecen ponerse en marcha sin aparente aprendizaje, con espontaneidad natural. Esa privilegiada dotación física se sirve de una coordinación motriz genéticamente heredada y difícilmente igualada por raza canina alguna. Así, aúna velocidad y resistencia, agilidad y carácter explosivo, facilidad para el salto, el quiebro y el recorte, anatomía de afinado atleta de élite, con carácter recio y espartano. Este esquema específico de acción, que dirige la conducta de campo del podenco desde sus primeros pasos en él, sólo demanda para su perfeccionamiento dos procesos también naturales: el aprendizaje latente y la imitación.
El primer proceso es latente porque es espontáneo, sin la incitación explícita y en ausencia de todo reforzador o motivador procedente del adiestrador. No lo necesita, al contrario que otras razas. Sus pulsiones innatas son el motor que traza una curva de aprendizaje mucho más rápida, de modo que su precocidad es admirable. El podenco nace con un “mapa cognitivo bajo el brazo”, con ese precondicionamiento sensorial descrito por Paulov. Por ello con el podenco no sirven adiestramientos programados, sesiones en situaciones artificiales, manejos disciplinarios o sesiones en pista. El entrenamiento del podenco debe realizarse sin ser advertido de que se encuentra en una situación de aprendizaje, sin que haya tomado consciencia de ello. Sólo exige monte por delante y seguir sus impulsos. Cada perro posee de forma innata un potencial de energía específica de acción. Éste se traduce en un estado de tensión latente que conduce al animal a buscar activamente, y que es lo que los etólogos denominan comportamiento exploratorio. En el podenco el potencial de acción es tan alto que es capaz, como yo he podido constatar personalmente, de soportar siete horas de caza de alta intensidad, cazando a diente con sólo dos avituallamientos de agua y bajo un sol manchego de justicia. Por eso el podenco sólo demanda una interacción global permanente con su medio natural, el cazadero, para llegar a ‘maestro’ con presteza.
El segundo proceso instintivo de gran influencia en el podenco es la imitación. Las filiaciones que establece con los miembros de su clan de caza, la recova, son vivaces. Los vínculos afectivos y de aprendizaje con sus congéneres habituales son estrechos y confieren a los perros veteranos un rol de primer orden en la educación del comportamiento de caza del joven can, muy por encima de lo que el dueño pueda aportar. La interacción con la jauría facilita una conducta precoz y le prepara para una armoniosa acción cooperativa de caza en grupo.
Pronto, durante la caza, veremos cómo sus acciones son siempre justificadas y adaptadas a la situación concreta. El podenco madura su respuesta ante la presa hasta que encuentra la combinación clave adecuada. Así da muestra sobrada de su plasticidad lo mismo levantando -y poniendo- codornices en un lindazo, que abriéndose en abanico en el monte con sus aliados para rodear al conejo o durante el agarre a un guarro.
“A ningún perro se le exige tanto como a un podenco”, dice mi amigo Santos. Pero el podenco continúa a lo suyo, latiendo alegre al caliente, y cuando lo hace habla en nombre de las leyes de la naturaleza, donde sólo el más dotado sobrevive. Por eso lleva miles de años haciéndolo, siguiendo su instinto.
(Texto: R. V. Corredera / Fotos: J. M. Fresneda, Fran Lozano y CCPAM)